Agarras una hoja y te pones a dibujar, rayas su superficie (la de la hoja, claro) con tu lápiz mejor preparado y esperas que lo que surja sea bueno.
Miras tu creación sabiendo que no es la mejor pero la amas y pones muchas esperanzas en ella. Escaneas, entintas, pintas, corregís volves a pintar, repetís los pasos una y otra vez hasta encontrar un balance entre lo que habías pensado y lo que está quedando, frustrado, esa relación de amor que tenías con tu dibujo comienza a deteriorarse. Dejas pasar un tiempo, y volvés con el como si nunca se hubieran separado, tu dibujo te espera, siempre lo hace,